Uno de los más grandes directores del cine polaco —cine que ha dado importantes autores y obras al séptimo arte—, Krzysztof Kieślowski, nació el 27 de junio de 1941. A él debemos obras proyectadas con ambiciosos propósitos; tal es el caso de Decálogo, en el que se propuso abordar los Diez Mandamientos judeocristianos; Tres colores, una trilogía hecha a partir de los colores de la bandera de Francia: azul, blanco y rojo; y su proyecto de la Divina Comedia de Dante, que no pudo llevar a cabo por fallecer en 1996.

La cinematografía de Kieślowski se caracterizó por abordar las contradicciones morales del ser humano en contextos contemporáneos, a partir de personajes de diversa índole, problematizados en sus vidas amorosas, profesionales, laborales, amistosas, etc. En sus filmes nos presenta semblanzas de esas vidas marcadas por fatalidades, alegrías y esperanzas, existencias concretas atravesadas por inusitadas correspondencias.

Así, podemos encontrar en su trilogía: Azul, Blanco y Rojo, colores que el ideario francés identificó con los tres grandes valores de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Como cinéfilo, tuve la oportunidad de ver los tres filmes en un Festival de Cine Francés, realizado en Caracas (donde estaba de vacaciones) a finales de los años 90. Luego pude volver a ellos por copias obtenidas. Desde entonces, me pareció que Kieślowski nos ofrecía una de las miradas más profundas y controvertidas del cine contemporáneo. Hoy quiero volver al tercero de sus filmes: Rojo.

Rojo (Rouge), de 1994, está basado en un guion escrito por el propio director, con la participación de los que lo habían acompañado en los dos filmes anteriores (Krzysztof Piesiewicz y Agnieszka Holland). Nos narra una historia de eventos y personajes en conflicto, difícil de sintetizar aquí. Pueden hallar un buen resumen en este enlace. Diremos que se trata del encuentro azaroso de tres historias de tres personajes principales: Valentine, una joven modelo de publicidad, solitaria, bajo el celoso acoso telefónico de su novio; Kern, un juez retirado y también solitario, que en el retiro de su residencia se dedica a intervenir telefónicamente las conversaciones de sus vecinos; y Auguste, un estudiante de leyes, traicionado por su novia.

Las actuaciones de Irene Jacob como Valentine y de Jean-Luis Trintignant como Kern son de primera.

La riqueza del tratamiento narrativo de estas historias, en el que se hace gala de una fotografía y movimientos de cámara de altísima calidad (destaco el uso del plano-secuencia) y la presencia de la música del mismo compositor de los dos filmes anteriores (Zbigniew Preisner), está en el juego de paralelismos y correspondencias (sincronicidades, en la terminología del psicólogo C. G. Jung) que van componiendo esta especie de pintura al fresco de las adversidades y posibilidades del ser humano.